"La poesía no consuela"
Con esta entrevista, el destacado poeta José Watanabe
(Laredo, 1946) se reincorpora oficialmente al mundo
literario, al tiempo que anuncia la inminente aparición
de su segundo libro: El huso de la palabra
A la hora en que la claridad del día empieza a languidecer y los mortales regresan a sus casas luego de cumplir con una larga jornada de trabajo, el poeta José Watanabe, como un duende crepuscular, abre los ojos, se viste, "desayuna" y se sienta frente a la máquina de escribir para iniciar su propia jornada de trabajo.
"Ahora estoy escribiendo un guión cinematográfico", dice después de describir su extraña pero productiva rutina. Se le nota saludable; responde a las preguntas con buen humor, mientras trata de recordar cuánto tiempo ha permanecido sin aparecer en público; sin publicar poemas o verse con sus amigos más entrañables.
"Casi no salgo de esta casa", explica sin solemnidad, como confirmando algo que todo el mundo sabe. Luego esboza una sonrisa de satisfacción y afirma con voz clara: "llevo una vida completamente nocturna. Escribo y leo cuando todos duermen. Me acuesto a descansar a media mañana".
La sala donde Watanabe relata su vida reciente está adornada con cuadros de Tilsa. Este detalle conduce la conversación hacia su amistad con la gran artista. Más tarde habla con detenimiento de su propia vocación plástica, de su paso por la Escuela de Bellas Artes de Trujillo y de sus no tan episódicos estudios de arquitectura en la universidad Federico Villareal. Recuerda su experiencia en la televisión, como director del programa infantil La casa de cartón, que producía el INTE en los años setenta, y a continuación sus inicios en el cine, no sólo como guionista sino también como director artístico. "Ello implica -dice respecto a esta última especialidad- hacerme cargo de la escenografía, del vestuario y del maquillaje".
Watanabe describe, durante algunos minutos, su oficio cinematográfico: "hacer una escenografía es como escribir un poema, pero con cosas. Tienes un espacio vacío y debes crear un ambiente. Haciendo este trabajo yo siento que estoy escribiendo, pero sin angustiarme ni sufrir, lo que sí me ocurre cuando escribo poesía".
El huso de la palabra
Watanabe ha publicado hasta el momento un solo libro de poesía: Álbum de familia (1971), con el que pasó a ocupar un lugar destacado entre aquellos poetas denominados de la "generación del 70".
En breve aparecerá su segundo libro, El huso de la palabra, título que alude a ese pequeño instrumento que sirve para hilar, en este caso palabras.
Este nuevo poemario reúne treinta y cinco textos escritos en los últimos años, casi todos alrededor del tema del lenguaje. En ellos Watanabe insiste en el tono narrativo y descriptivo que lo caracterizó desde sus primeras publicaciones, empleando elementos autobiográficos -ese mundo mítico provinciano, casi rural, de su infancia pero reprimiendo, como él mismo señala, su neurosis.
"Son poemas muy mesurados -dice-. Tengo una especie de pudor que no sé si he aprendido de la poesía japonesa, especialmente del haiku, o si me viene por tradición familiar, pues mi familia es antipatética, totalmente desdramatizada".
Los poemas de El huso de la palabra, de no mucha extensión pero sí con un claro predominio del verso largo, está divididos en tres partes.
"La primera sección -explica Watanabe- está dedicada a la poesía en mi relación con la mujer. Se llama 'El amor y no', pero no es poesía amorosa. La segunda sección reúne una suerte de artes poéticas en las cuales trato de exponer lo que es mi trabajo con el lenguaje".
"La última parte -continúa- se denomina 'Krankenhaus', que en alemán quiere decir hospital. Allí también hablo dela palabra pero en función de mi larga estadía en el hospital de Hannover, donde estuve muy enfermo. Creo que aquí sí soy un poquito más dramático".
"Supongo que eso se debe a que estuve frente a la muerte -dice, poniéndose muy serio por un instante-. Eso es terrible, pues buscas algo que te consuele y la poesía no consuela en esos momentos. Más me consolaba una ardilla o un conejo que venía al balcón. Lo único que me quedaba era el miedo".
"Estar frente a la muerte -concluye- te cambia todos los conceptos. Creo que a partir de entonces estoy escribiendo una poesía más expeditiva, mas notarial, es decir: cojo el tema, no me salgo de él y simplemente trato de escribirlo. Eso es muy claro en el libro que voy a publicar".
Planteo del problema
Las referencias literarias que Watanabe hace a lo largo de la conversación provienen mayoritariamente de la poesía japonesa.
Reiteradamente habla de los haikus, recita de memoria uno tras otro y los desarma para mostrar el encanto que siente por su oculta riqueza metafísica.
"No trato de hacer reflexiones filosóficas -continúa- sino tan sólo describir una situación. Muchas veces tengo el tema, la idea, pero no tengo el escenario. Busco ese escenario -quizá sea una distorsión que me viene por hacer cine- en la pintura, en la arquitectura; a veces mis lecturas de química o sociología me dan la clave, el escenario que necesito para el tratamiento". Piensa un instante y agrega: "creo que mantengo desde siempre cierto espíritu del haiku: escribir sin dramatizar, describir algo sin sacar conclusiones y dejar que el lector tenga la posibilidad de conmoverse ante una situación que yo simplemente muestro".
Un japonés muy culto
La madre de Watanabe, de origen serrano, fue enganchada en plena juventud para trabajar en las haciendas azucareras. Su padre era un inmigrante japonés con una distinción muy especial: poseía una gran cultura.
"Mi padre leía mucho -recuerda Watanabe-, era pintor, le gustaba hojear un libro de Cezanne que yo conservo hasta ahora. Era una persona muy especial. Por eso, cuando pienso en él algo me duele: ¿qué hacía una persona como él trabajando en una hacienda azucarera? ¿Cómo podía sentirse en un ambiente así? Sabía hablar inglés y francés y el hacendado lo mandaba llamar para practicar esas lenguas. Después mi padre volvía a la ranchería para continuar con su vida de inmigrante pobre".
"Yo estaba predestinado -continúa-, como todos mis hermanos mayores, a ser un bracero más y convertirme con la reforma agraria en un socio cooperativista en la actual empresa Laredo. Pero cuando estaba terminando la primaria ocurrió algo que cambió, mi vida y la de mi familia: mi padre se sacó la lotería de Lima y Callao y gracias a eso pudimos salir de Laredo, instalarnos en Trujillo y continuar estudiando".
"Ese origen me marcó para siempre. Antes de sacarnos la lotería, mi hermano mayor llegó asustado diciendo que lo había perseguido un caballo blanco; a mi padre lo orinó un gato una noche; ocurrieron otras cosas así. Hasta ahora mi madre no puede dejar de creer que esos fueron buenos anuncios, como tampoco que fueron malos anuncios otros signos que precedieron a la muerte de mis dos hermanos. Ese mundo de mitos que aparece en mis poemas yo lo he vivido de chico, no lo he inventado. He vivido el mito sin saber que era un mito. Eso está en mí y no puedo liberarme. En este libro que voy a publicar aparecen con mayor nitidez esos mundos". (Abelardo Sánchez León y Francisco Tumi)
Esta entrevista fue tomada de la revista "Sí". Lima, julio de 1988. Gracias a Carolina.
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